viernes, 29 de agosto de 2008

Éxodo 1: 01-05. Texto: Hebreos 11: 23

Este capitulo narra el comienzo de la historia de Moisés, aquel hombre de tanto renombre, famoso por su íntima comunion con el Dios de los cielos y por su eminente servicio en la tierra, a la vez que por ser el tipo más notable de Cristo en todo el Antiguo Testamento, como profeta, libertador, libertador, legislador y mediador. Moisés era de la tribu de Leví, tanto por parte de su padre como de su madre. Jacob dejó a Leví con marcas de desgracia (Gn. 49:5); pero , no mucho después, aparece un descendiente suyo, Maisés, para ser tipo de Cristo, que vino en semejanza de carne de pecado y fue hecho maldición por nosotros (Romanos 8:3; Gá. 3:13).
I. Los padres de Moisés (Amram y Jocabed. Ex. 6:20), tenían ya a María y Aarón, ambos mayores que Moisés, nacidos antes de que el presente decreto fuese promulgado. Probablemente la madre de Moisés estaba llena de ansiedad en su aceptación del parto, ahora que este edicto estaba vigente. Con todo, este niño demostró ser la gloria de la casa de su padre. Justamente al tiempo que la crueldad de Faraón llegaba a su límite, nacía el libertador. Nótese que, muchas veces, cuando los hombres están proyectando la ruina de la iglesia, Dios está preparando su salvación. 1.- Sus padres vieron que era niño hermoso (v.2), más que otros; hermoso a los ojos de Dios(Hch.7:20). 2.- Por ello, estaban más solicitos aún por preservarle, porque veían en esto como una indicación de algún buen designio de Dios respecto de él, y un feliz augurio de algo grande. Por tres mese lo tuvieron escondido en algún aposento oculto de la casa. En esto fue Moisés tipo de Cristo, quien , en su infancia, se vio obligado a esconderse huyendo a Egipto(Mt. 2:13), y fue maravillosamente preservado, mientras muchos niños inocentes eran asesinados. A nosotros nos pertenece cumplir con nuestro deber; de las consecuencias se encarga Dios. La fe en Dios nos colocará en alto, fuera del alcance de los temibles lazos que nos puedan tender los hombres.
II. Al final de los tres mese, lo colocaron en una arquilla de juncos a la orilla del río(v. 3), y su hermanita se colocó a cierta distancia, para ver lo que le acontecería(v.4) y a qué manos iría a parar. Dios les puso en el corazón el hacer esto, para llevar a cabo sus designio, a fin de que por este medio, fuese llevado Moisés a los brazos de la hija de Faraón. Moisés parecía ahora completamente abandonado por su amigos; su misma madre no se atrevía a reconocerlo por hijo suyo; pero el Señor le tomó y le protegió (Salmo 27:10).
Yacía en la arquilla de juncos junto a la orilla del río. Si hubiese quedado abandonado allí, pronto habría perecido de hambre, o devorado por un cocodrilo, o ahogado por las aguas del mismo río. Si, por otra parte, hubiese caído en otras manos diferentes de las que le acogieron, o no habrían querido, o no se habrían atrevido a hacer otra cosa que arrojarlo inmediatamente al río; pero la Mano de Dios le llevó allá nada menos que a la hija de Faraón e inclinó su corazón a que se apiedase de aquel pobre y abandonado niño atreviéndose a hacer lo que ninguna otra persona se habría atrevido. Nunca un indefenso niño lloró tan a tiempo, y con tan feliz resultado como éste. Dios levanta con frecuencia amigos para los suyos, incluso de entre los enemigos. Faraón intenta cruelmente la destrucción de Israel, pero su propia hija se compadece caritativamente de un niño israelita y, no sólo eso, sino que, sin pretenderlo, está preservando al libertador de Israel.

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