jueves, 14 de enero de 2016

ESTUDIO BÍBLICO: HEBREOS 12 : 13 al 14 TEXTO : ROMANOS 13: 08.

ESTUDIO BÍBLICO: HEBREOS 12 : 13 al 14 TEXTO : ROMANOS 13: 08. 13 Y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. El entrenador continúa diciendo: “Emparejad las sendas para vuestros pies”. Esta es una cita de Proverbios 4:26 que se completa con la declaración paralela “y escoged sólo caminos que sean firmes”. Sin embargo, el escritor de Hebreos añade su propia continuación a la primera parte del dicho de Proverbios. El dice que la razón para emparejar la pista para la carrera es que “el cojo no quede invalidado, sino que más bien sea curado”. Antes que un corredor empiece a correr, el mismo examina la pista con cuidado; se da cuenta que el terreno disparejo puede hacerlo vulnerable a una caída. Corre peligro de dislocarse un tobillo y quedar así descalificado de la carrera. Es especialmente cuando se siente la fatiga que se hace real la posibilidad de sufrir una lesión. Por dicha razón, las sendas deben ser emparejadas. No todos los corredores están en una condición física óptima. Algunos son inválidos es decir, cojos. Y aun así, a pesar de su condición—no viene al caso si esta condición comenzó antes o durante la carrera—,ellos deben perseverar, continuar, y al final completar la carrera. Al alentar a estos corredores inválidos y al nivelar los baches y protuberancias de la ruta, los atletas en buenas condiciones cumplen un servicio útil. El resultado será que también los débiles llegarán a la meta. Si no se empareja la senda, el inválido será descalificado. ¿Qué idea trata de transmitir el escritor con estas ilustraciones tomadas del mundo de los deportes? El enfatiza la necesidad y la obligación de la responsabilidad corporativa que tienen los creyentes. En pasajes anteriores él ya había instruido a los lectores a tomar esta responsabilidad seriamente: 3:13 “Animaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice Hoy, para que ninguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado”. 4:1 “Por lo tanto, dado que la promesa de entrar en su reposo todavía permanece, tengamos cuidado de que ninguno de vosotros resulte no haberlo alcanzado”. 4:11 “Hagamos, por lo tanto, todo esfuerzo para entrar en ese reposo, para que nadie caiga siguiendo el ejemplo de desobediencia de ellos”. 6:11 “Deseamos que cada uno de vosotros demuestre esta misma diligencia hasta el fin, para asegurar vuestra esperanza.” El cuerpo de Cristo consiste de muchas partes, como nos lo recuerda Pablo (1 Co. 12:12–27). Todas las partes del cuerpo forman una unidad, y ninguna parte existe para sí misma. Como resultado, cada parte es responsable ante el todo, y el todo toma cuidado de las partes individuales. “El fuerte debe soportar las flaquezas del débil” (Ro. 15:1). 14 Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Haced todo esfuerzo por vivir en paz con todos y por ser santos; sin santidad nadie verá al Señor. Este versículo es introductorio y le imprime un carácter positivo al resto del pasaje. Consideremos este pasaje punto por punto. a. Qué hacer. El primer mandato es: ¡buscar la paz! Seguid buscando una meta—es decir, la paz; no descanséis hasta haberla obtenido. Cuando la vida espiritual florece en el círculo familiar y en la congregación, la paz mantiene unidos a los miembros. Pero cuando la falta de armonía atrofia la vida espiritual de la familia o de la congregación, la paz se ha alejado como una fugaz sombra que cruza los campos. Buscar la paz significa descartar las reyertas. “Vivir en paz con todos los hombres”, dice el escritor. ¿Qué significan las palabras todos los hombres? ¿Se incluyen los enemigos? Según la enseñanza de Jesús, la respuesta es sí. Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:44–45). Y aquellos que son llamados hijos de Dios son los pacificadores (Mt. 5:9). “Los pacificadores son el verdadero Israel y son reconocidos por Dios como hijos suyos. Un refrán recurrente tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo es la orden de vivir en paz unos con otros. David exhorta a los israelitas: “Volveos del mal y haced el bien; buscad la paz y seguidla” (Sal. 34:14; véase también 1 P. 3:11). En su epístola a los romanos, Pablo enfatiza dos veces la búsqueda de la paz: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, vivid en paz con todos” (12:18) y “Por lo tanto hagamos todo esfuerzo por hacer aquello que conduce a la paz” (14:19).La paz se obtiene por medio de una estrecha comunión con Jesucristo, el Príncipe de Paz (Is. 9:6; Col. 3:15). El segundo mandato es: buscad la santidad. La paz y la santidad son dos caras de una misma moneda. La santidad no es el estado de perfección ya obtenido. En el original griego la palabra se refiere más bien al proceso de santificación que ocurre en la vida del creyente. Para decirlo de otra manera, el creyente refleja las virtudes de Dios. Al hacerlo, se va asemejando más y más a Cristo, quien por medio del Espíritu Santo continúa obrando en el corazón del creyente. Como dice el escritor de Hebreos, Jesús es el que santifica al creyente (2:11). Por lo tanto, nosotros como creyentes debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para obtener la santidad. La conclusión de estos dos mandamientos es esta: sin paz y santidad nadie verá al Señor. Solamente el puro de corazón, dice Jesús, verá a Dios (Mt. 5:8; compárese con 1 Jn. 3:2). Un Dios santo puede tener comunión solamente con aquellos que están en paz con él (Ro. 5:1) y con aquellos que han sido santificados por medio de la obra de Cristo (Heb. 2:10; 10:10, 14; 13:12). La santa ira de Dios está dirigida contra los que son inicuos (Heb. 10:29). La persona injusta no puede soportar la visión de la aparición de Cristo, ya que la ira de éste es terrible (Ap. 6:15–17). Isaías dice que los ángeles se cubren sus rostros ante la presencia de Dios (6:2); ¿Cómo podría entonces una persona no santa ver a Dios? 15 Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; Mirad que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga crezca para causar dificultades y contaminar a muchos. Aquí llega la advertencia; el escritor nos instruye acerca de qué no hacer. b. Qué debemos evitar. En primer lugar, el escritor reafirma la responsabilidad corporativa de los creyentes. “Mirad que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios” (compárese con 3:12; 4:1, 11). Como miembros del cuerpo de Cristo somos responsables el uno por el otro. Tenemos la tarea de supervisar el uno al otro en asuntos espirituales, de manera que podamos crecer y florecer en la gracia de Dios y no nos veamos privados de ella. Es decir, no debe permitirse que nadie se extravíe, ya que si esto sucede esa persona pasa a ser presa de Satanás y perderá la gracia de Dios (2 Co. 6:1; Gá. 5:4). La supervisión mutua dentro del marco de todo el cuerpo estimula la salud espiritual del miembro individual. Hay que evitar, en consecuencia, esa indiferencia manifestada por Caín, quien preguntó: “¿Soy yo el guarda de mi hermano?” (Gn. 4:9). En vez de ello debiéramos preguntarnos el uno al otro por nuestro bienestar espiritual, aunque quizá no en la anticuada manera de hacerlo que tenía un predicador metodista que preguntaba: “¿Cómo va con tu alma, hermano?” Pero lo cierto es que como miembros del cuerpo de Cristo debemos hacer preguntas de este tipo a nuestros hermanos y hermanas en el Señor. En segundo lugar, si se descuida la supervisión mutua, surgen otros problemas. Quedar privados de la gracia de Dios desemboca en caer en la apostasía. Y caer en la apostasía es equivalente a servir otros dioses. El escritor de Hebreos hace una cita aproximada de la versión de la Septuaginta de Deuteronomio 29:18 (v. 17,), donde Moisés le dice a los israelitas: “Aseguraos de que no haya hoy hombre o mujer, clan o tribu de entre vosotros cuyo corazón se aparte del Señor vuestro Dios para ir y adorar a los dioses de esas naciones; aseguraos de que no haya raíz entre vosotros que produzca un veneno tan amargo”. Las raíces de diversas malezas se propagan rápidamente y producen plantas en todos los lugares donde crecen tales raíces. Estas raíces se desarrollan sin que uno se dé cuenta; y la rápida multiplicación resultante de estas plantas es muy inquietante. Tales raíces y plantas traen dificultades para las plantas útiles que se ven privadas de los nutrientes necesarios y como resultado brindan una cosecha escasa. Con esta imágen tomada del mundo de la agricultura, el escritor de Hebreos mira a la iglesia y compara a la persona que ha perdido la gracia de Dios (y ha caído) con una raíz amarga. Una persona tal causa dificultades entre el pueblo de Dios porque altera la paz. Con sus amargas palabras, él priva a los creyentes de la santidad. Dice el escritor que esta persona contamina a muchos. El verbo contaminar, manchar, comunica la idea de darle color a algo pintandolo o manchandolo. Evitad tal amargura, porque os manchara. “Para los puros, todas las cosas son puras, pero para los que están corrompidos y no creen, nada es puro” (Tit. 1:15). pastor SAMUEL RICARDO siervo de Jesucristo.

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