sábado, 9 de enero de 2016

ESTUDIO BÍBLICO. jUEVES 05 DE ENERO 2016. LECCIÓN: HEBREOS 12: 10 al 12. TEXTO: 2ª PEDRO 3:11.

ESTUDIO BÍBLICO. jUEVES 05 DE ENERO 2016. LECCIÓN: HEBREOS 12: 10 al 12. TEXTO: 2ª PEDRO 3:11. 10. Nuestros padres nos disciplinaban durante algún tiempo según les parecía bien; pero Dios nos disciplina para nuestro bien, para que compartamos su santidad. La comparación continúa. Los hijos están en el hogar paternal durante el tiempo de la niñez y de la adolescencia. Los años en que estos reciben disciplina paternal son relativamente pocos; esos años terminan cuando el niño se transforma en un adulto. Los padres (y las madres) buscan lo que es bueno para sus hijos, pero a veces cometen errores. Su habilidad al criar a los hijos y a las hijas es limitada, ya que tienen que aprender por medio de la experiencia. A pesar de sus muy buenas intenciones, a veces fracasan, ya sea en su método o en su propósito. Al disciplinar a sus hijos, los padres con frecuencia carecen de sabiduría; unas veces las medidas de corrección son demasiado severas y otras veces se descuidan. El castigo se administra muchas veces no en amor sino en cólera. Los padres que son honestos en su autoevaluación y para con sus hijos admiten sus faltas. ¡Qué diferencia cuando consideramos la disciplina de Dios! El nunca comete un error, siempre disciplina en amor, nos azota y al mismo tiempo nos consuela. Su disciplina no termina cuando hemos llegado a ser adultos. A lo largo de toda nuestra vida terrenal él nos va formando; aunque muchas veces le defraudamos, él nunca nos olvida. Su paciencia hacia nosotros parece ilimitada a pesar de nuestra falta de progreso. Dios tiene en mente un propósito bien definido al disciplinarnos. El quiere que nosotros “compartamos su santidad”. En tanto que los padres humanos adiestran a sus hijos para que se conduzcan apropiadamente, Dios nos disciplina para la santidad. Es decir, él quiere que seamos como él, perfectos y santos (Mt. 5:48; Lv. 11:44–45; 19:2; 20:7; 1 P. 1:15–16). Dios nos prepara para la vida eterna. Por lo tanto, aceptamos gozosamente la disciplina de Dios, ya que sabemos que las adversidades que experimentamos son para nuestro bienestar espiritual. Como le dice Pablo a los creyentes de Corinto: “Es que nuestras dificultades ligeras y momentáneas obtienen para nosotros una gloria eterna que tiene mucho más peso que todas ellas” (2 Co. 4:17). 11. Ninguna disciplina parece agradable en el momento, sino penosa. Más tarde, sin embargo, la misma produce una cosecha de justicia y paz para los que han sido ejercitados por ella. Una vez más el escritor echa mano al recurso del contraste. En esta ocasión él contrasta la disciplina del presente con los resultados que se lograrán en el futuro. Sea cual fuere la disciplina que vosotros experimentéis en este momento, le dice él a sus lectores, sea física, sicológica o espiritual, administrada por Dios o por el hombre, la misma no parece ser agradable. No nos gusta la corrección, aunque fácilmente reconocemos que la disciplina es parte necesaria de nuestro desarrollo. La disciplina dolorosa viene en muchas formas: zurras, suspensión de privilegios, pérdida de posesiones, partida de un ser amado, alguna seria lesión, o enfermedad, o desempleo, o persecución. Cuando estas adversidades vienen, experimentamos dolor; nuestra primera reacción ante la aflicción no es una de gozo. Sabemos que Santiago escribe: “Consideradlo causa de puro gozo, hermanos míos, cuando enfrentamos pruebas de muchas clases” (1:2,). Pero el gozo llega después, cuando podemos mirar hacia atrás y ver los beneficios que recibimos de estas pruebas. El mensaje de Hebreos es el mismo. El sufrimiento que encontráis es penoso, dice el escritor, pero cuando haya terminado el período de sufrimiento, podréis ver los resultados: “una cosecha de justicia y paz”. Vuestra recompensa será una relación correcta para con Dios y con el hombre en la cuál la paz reina suprema. Vosotros sois los pacificadores. Santiago dice: “Los pacificadores que siembran en paz levantan una cosecha de justicia” (3:18). ¿Quiénes reciben estas bendiciones? Los “que han sido ejercitados” por la disciplina. Los que han estado dispuestos a sufrir la dificultad como una disciplina, y que se han sometido a la voluntad de Dios en sus vidas ellos son los receptores de justicia y paz. Estos han sido adiestrados, dice el escritor. Al terminar esta sección él emplea la expresión ejercitar. El ha tomado esta palabra del mundo de los deportes para recordar a sus lectores que ellos están incorporados en una competencia que demanda un entrenamiento constante. Consideraciones prácticas en 12:7–11 Por supuesto que los destinatarios de esta epístola son hijos, ya que éste es el término que el escritor utiliza. Sin embargo su intención no es la de dar la impresión de que las hijas están excluidas de la disciplina. El emplea más bien la terminología de su tiempo y se expresa según las normas de su cultura. Al dirigirse a los hombres, él incluye también a las mujeres. Ellas también reciben la disciplina de Dios. Cuando Dios envía pena o enfermedad, muchas veces oímos que los afligidos preguntan: “¿Por qué a mí?” Ellos sondean sus corazones y mentes tratando de averiguar la razón por la que Dios está disgustado con ellos, la razón por la cual les envía esa adversidad. La Escritura contesta directamente dichas preguntas y les dice: “Porque Dios disciplina a quienes ama”. Guido de Brès, autor de la Confesión de Fe Belga, fue ejecutado el último día de Mayo de 1567, en Bélgica. Poco antes de ser llevado al cadalso, él escribió una carta a su mujer en la que dijo: “Oh Dios mío, ahora ha llegado el momento en que yo debo dejar esta vida y estar contigo. Hágase tu voluntad. No puede escapar de tus manos. Aunque pudiera no lo haría, ya que es mi gozo conformarme a tu voluntad”. Este mártir había aprendido a soportar la dificultad como una disciplina sometiéndose así gozosamente a la voluntad de Dios. [p 445] “Escatima la vara y arruinaras al niño”. Algunos padres tienen la errónea noción de que no necesitan disciplinar a sus hijos. Según ellos, la disciplina es lo contrario del amor, y por lo tanto nunca se debe aplicar. Cuando la falta de disciplina conduce a la licencia, los resultados pueden ser trágicos para el niño, para sus padres y para la sociedad. Pero Dios disciplina a sus hijos e hijas porque los ama. El los ejercita en esta vida terrenal y los prepara para la eternidad. Ya en esta vida ellos cosechan los frutos de justicia y paz, y en la vida por venir compartirán la santidad de Dios. 4. Sed fuertes 12:12–13 Esta sección acerca de la disciplina va llegando ya a su fin. Con una exhortación pastoral y una metáfora adicional acerca del atletismo, el escritor concluye sus comentarios. Como en muchos otros pasajes, él apoya su enseñanza con referencias de las Escrituras. 12. Por lo tanto, fortaleced vuestros endebles brazos y débiles rodillas. 13. “Emparejad las sendas para vuestros pies”, para que el cojo no quede invalidado, sino que màs bien sea curado. En base a lo que escribió en los versículos precedentes, al llegar a la conclusión el escritor dice: “Por lo tanto”. Esto es lo que vosotros debéis hacer, exhorta él: “Fortaleced vuestros endebles brazos [literalmente, manos] y débiles rodillas”. Da la impresión de que está utilizando un dicho proverbial, ya que la expresión endebles brazos y débiles rodillas aparece en otras partes. En primer lugar, en aquel pasaje mesiánico que describe la alegría de los redimidos, Isaías con júbilo alienta a los creyentes diciendo: “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los de corazón temeroso, ‘sed fuertes, no temáis; vuestro Dios vendrá, vendrá con venganza; a salvaros vendrá con retribución divina’ ” (35:3–4). Supongo que este capítulo mesiánico de la profecía de Isaías era bien conocido por la gente que adoraba en las sinagogas o en las iglesias del siglo primero. En segundo lugar, Elifaz el temanita le recuerda a Job la influencia que éste había tenido: “Piensa en cómo … infundes valor a las manos caídas. [p 447] Tus palabras sostenían a aquellos que tropezaban, robustecidas las rodillas endebles” (Job 4:3–4). Y en tercer lugar, el escritor describe la vida de un esposo infeliz: “Manos caídas y rodillas paralizadas, eso es la que no hace feliz a su marido” (Eclo. 25:23, BJer). El escritor de Hebreos habla como un entrenador lo hace con los miembros de un equipo, y utiliza dichos que le son familiares. Aunque la carrera todavía no ha terminado, los corredores están cansados. Necesitan una palabra de aliento de su entrenador; este les recuerda el dicho proverbial: “Fortaleced vuestros endebles brazos y débiles rodillas”. El entrenador continúa diciendo: “Emparejad las sendas para vuestros pies”. Esta es una cita de Proverbios 4:26 que se completa con la declaración paralela “y escoged sólo caminos que sean firmes”. Sin embargo, el escritor de Hebreos añade su propia continuación a la primera parte del dicho de Proverbios. El dice que la razón para emparejar la pista para la carrera es que “el cojo no quede invalidado, sino que más bien sea curado”. Antes que un corredor empiece a correr, el mismo examina la pista con cuidado; se da cuenta que el terreno disparejo puede hacerlo vulnerable a una caída. Corre peligro de dislocarse un tobillo y quedar así descalificado de la carrera. Es especialmente cuando se siente la fatiga que se hace real la posibilidad de sufrir una lesión. Por dicha razón, las sendas deben ser emparejadas. No todos los corredores están en una condición física óptima. Algunos son inválidos es decir, cojos. Y aun así, a pesar de su condición—no viene al caso si esta condición comenzó antes o durante la carrera—,ellos deben perseverar, continuar, y al final completar la carrera. Al alentar a estos corredores inválidos y al nivelar los baches y protuberancias de la ruta, los atletas en buenas condiciones cumplen un servicio útil. El resultado será que también los débiles llegarán a la meta. Si no se empareja la senda, el inválido será descalificado. ¿Qué idea trata de transmitir el escritor con estas ilustraciones tomadas del mundo de los deportes? El enfatiza la necesidad y la obligación de la responsabilidad corporativa que tienen los creyentes. En pasajes anteriores él ya había instruido a los lectores a tomar esta responsabilidad seriamente: 3:13 “Animaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice Hoy, para que ninguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado”. 4:1 “Por lo tanto, dado que la promesa de entrar en su reposo todavía permanece, tengamos cuidado de que ninguno de vosotros resulte no haberlo alcanzado”. 4:11 “Hagamos, por lo tanto, todo esfuerzo para entrar en ese reposo, para que nadie caiga siguiendo el ejemplo de desobediencia de ellos”. 6:11 “Deseamos que cada uno de vosotros demuestre esta misma diligencia hasta el fin, para asegurar vuestra esperanza.” El cuerpo de Cristo consiste de muchas partes, como nos lo recuerda Pablo (1 Co. 12:12–27). Todas las partes del cuerpo forman una unidad, y ninguna parte existe para sí misma. Como resultado, cada parte es responsable ante el todo, y el todo toma cuidado de las partes individuales. “El fuerte debe soportar las flaquezas del débil” (Ro. 15:1). pastor SAMUEL RICARDO siervo de Jesucristo

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