jueves, 12 de noviembre de 2015

ESTUDIO BÍBLICO : miércoles, 11 de noviembre 2015. LECCIÓN : HEBREOS cap. 11: 28-29-30. TEXTO : Exodo cap. 14: 16.

ESTUDIO BÍBLICO : miércoles, 11 de noviembre 2015. LECCIÓN : HEBREOS cap. 11: 28-29-30. TEXTO : Exodo cap. 14: 16. Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos. vs. 28.. “Por la fe”, dice el escritor de Hebreos. Al elegir las experiencias culminantes de la vida de fe de Moisés, el escritor toma el acontecimiento de la institución de la fiesta de la Pascua. Esta experiencia era diferente a las anteriores. Por primera vez los israelitas mismos estaban comprendidos, ya que ellos junto con Moisés, tuvieron que ejercitar su fe en Dios. En segundo lugar, esta experiencia fue esencialmente espiritual. En los días de Abraham, Dios instituyó el sacramento de la circuncisión. Cuando los israelitas estaban a punto de salir de Egipto, Dios inauguró el sacramento del Antiguo Testamento, la Pascua. Y él designó a Moisés para que instruyese al pueblo de Israel acerca de cómo implementar este sacramento. La tarea de Moisés de enseñar a una nación de esclavos a celebrar significativamente la Pascua fue un hecho de fe. Para entender el significado de la frase por la fe, debemos notar los puntos siguientes: a. La institución de la Pascua. Dios le dijo a Moisés que observara la Pascua y que rociara la sangre del cordero que había sido matado. La palabra Pascua es una traducción popular del hebreo original que puede significar “pasar por alto perdonando” a alguien. Es obvio que la palabra tiene que ver con el relato de Éxodo, donde Moisés instruye a los ancianos de Israel acerca de cómo matar al cordero de la Pascua. Ellos tenían que poner algo de la sangre del cordero en la parte superior y en los costados de los marcos de las puertas de las casas de los israelitas. “Cuando el Señor pase por el país para herir de muerte a los egipcios”, dice Moisés, “él verá la sangre en la parte superior y en los costados del marco de la puerta y pasará por alto esa puerta, y no permitirá que el destructor entre en vuestras casas para mataros” (Ex. 12:23). Moisés instituyó el festival de la Pascua como un evento anual. El día catorce del mes de Nisán (aproximádamente marzo-abril), cada familia tenía que escoger un cordero de un año, sin mancha, y matarlo al atardecer (Ex. 12:5; Lv. 23:5; Dt. 16:6). La sangre del cordero tenía que ser untada en las puertas y en el dintel de la casa. El cordero era asado y comido con pan sin levadura y hierbas amargas. Todo debía ser comido esa misma noche. En caso de quedar algo de comida, la misma debía ser quemada (Ex. 12:10; 34:25). La comida debía ser consumida de prisa. Este festival debía ser observado como una “ordenanza perenne” (Ex. 12:14). b. La aspersión de la sangre. Antes de abandonar Egipto los israelitas debían sacrificar un cordero y poner algo de su sangre en las puertas y el dintel de su casa. Dios pasaría por el país de Egipto y mataría a todo primogénito de hombre o de animal. Pero si una casa tenía la sangre del cordero en sus puertas y dintel, Dios pasaría por alto a sus moradores. Moisés escuchó obedientemente las instrucciones de Dios y las pasó confiadamente a los israelitas. ¿Podía él esperar que los israelitas obedeciesen el mandamiento de Dios? Si no lo escuchaban, sufrirían la muerte de su primogénito. Moisés mismo puso toda su confianza en Dios. Si la sangre del cordero resultaba ineficaz para proteger a los primogénitos del poder destructor del ángel de la muerte, su papel como líder del pueblo terminaría abruptamente. Para establecer la autoridad de Moisés en los asuntos espirituales, el pueblo de Israel tendría que ver que ni uno de los primogénitos muriese en la casa donde la sangre del cordero había sido rociada. ¿Cuántos primogénitos de los israelitas se habrán salvado? Sabemos que la nación contaba con 603.550 hombres de 20 ó más años (Nm. 1:45). La fe de Moisés triunfó en la prueba cuando incontables primogénitos de hombre y animal fueron salvados. c.- La salvación de los primogénitos. ¿Por qué iba Dios a matar a los primogénitos de los egipcios y proteger a los de los israelitas? Por cierto que no iba a ser a causa de algún mérito propio de la nación de Israel. En un lapso relativamente breve todos los israelitas de 20 ó más años iban a oír este veredicto: todos ellos perecerían en el desierto, a excepción de Josué y Caleb (Nm. 14:29–30). Dios salvó a los primogénitos porque los israelitas creyeron en Dios y obedecieron su palabra. Sus primogénitos fueron salvados a causa de la sangre expiatoria del cordero de la Pascua que había sido rociada en la entrada de sus hogares. Los israelitas tenían que ver, física y espiritualmente, que la salvación viene del Señor. El festival de la Pascua se transformó en el sacramento de la Santa Cena. El cordero pascual de la época del Nuevo Testamento fue Jesucristo, quien dio su vida como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Jn. 1:29, 36; 1 P. 1:19). Cristo Jesús “se dio a sí mismo como rescate por todos los hombres” (1 Ti. 2:6). El escritor de Hebreos no dice nada acerca de la obra de Cristo en este punto; lo que hace es describir la vida de fe de Moisés y de los israelitas. Su cumplimiento de la fiesta de la Pascua fue el comienzo de una observancia que llevaría al sacrificio del Cordero de Dios y culminaría con el mismo. A salvo del castigo por su sangre, un número incontable de creyentes es salvado. Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados. vs. 29. Israel expresó su gozo y alegría en el así llamado Cántico de Moisés (Ex. 15:1–18), y esto no ha de sorprendernos—la fe había triunfado. Los israelitas miraron hacía atrás, hacia las aguas del Mar Rojo, y vieron que el Señor había luchado por ellos y les había dado la victoria (Ex. 14:14). ¿Pero qué sucedió con el pueblo de Israel cuando cruzaron el Mar Rojo? En vez de actuar con fe ellos se encogieron de miedo. Nada de fe se evidencia en sus quejas contra Moisés: “¿Era porque no había tumbas en Egipto que nos trajiste aquí al desierto a morir? ¿Qué nos has hecho? ¿Por qué nos has sacado de Egipto? ¿No te habíamos dicho en Egipto: ‘Déjanos solos; déjanos que sirvamos a los egipcios’? ¡Hubiera sido mejor para nosotros servir a los egipcios que morir en el desierto!” (Ex. 14:11–12). Y el hecho que todos los israelitas, a excepción de Josué y Caleb, murieran en el desierto por causa de su falta de fe en Dios hace que la frase por la fe sea bastante general. El escritor de Hebreos ya ha hablado acerca de la falta de fe de los israelitas. Pregunta cándidamente, “¿Quiénes fueron los que oyeron y se rebelaron? ¿No fueron aquellos a quienes Moisés sacó de Egipto?” (3:16). Pero debido a la fe de aquellos que realmente creyeron en la promesa de que Dios salvaría a la nación del ataque inminente de las fuerzas militares egipcias, Dios sacó a su pueblo y lo puso a salvo del otro lado del Mar Rojo. El relato de Exodo nos dice que la fe de Moisés permaneció imperturbable. Por la fe él supo que el Señor libraría a los israelitas y que los egipcios se encontrarían derrotados (14:13–14). El contraste entre la fe y la incredulidad no se da en este caso entre la minoría fiel y la mayoría de los israelitas quejosos y aterrados. El contraste está mas bien entre la nación de Israel que expresó fe en Dios y fue por ello llevada a la victoria, y el incrédulo rey de Egipto y su ejército que perecieron en las aguas del Mar Rojo. Los israelitas escucharon las instrucciones de Moisés. Vieron cómo se dividía el Mar Rojo y cómo surgía un pasaje de tierra seca en el mar; se percataron también de que la columna de nube se había cambiado de lugar, y en vez de estar frente a ellos estaba detrás de ellos. Y a la luz de esa nube ellos llegaron al otro lado. Los egipcios trataron de hacer exactamente lo mismo. Pero no fue igual. El ejército egipcio pasó la noche en la oscuridad; siguió a los israelitas hasta entrar al mar; experimentó dificultades en el manejo de los carros de guerra, y repentinamente vio como subían las aguas del Mar Rojo. Todos se ahogaron; “ni uno de ellos sobrevivió” (Ex. 14:28). Ellos habían entrado en el Mar Rojo sin fe en el Dios de Israel. Cuando se dieron cuenta de que el Señor luchaba a favor de los israelitas, ya era demasiado tarde. Los israelitas obtuvieron la victoria porque obedecieron las instrucciones que Dios les había dado por medio de Moisés. Habían actuado en fe. Pero este acto de fe es sin duda el único que está registrado. El escritor de Hebreos escoge este acto de fe debido a la confianza que Moisés tenía en Dios. El próximo hecho relata la caída de los muros de Jericó, pero eso sucedió cuarenta años después, cuando la generación siguiente y había tomado el lugar de sus padres. Dicha generación difería de la que había salido de Egipto. En tanto que el pueblo que había salido de Egipto no confiaba en el Señor, la nueva generación cumplía fielmente con las instrucciones divinas. Consideraciones prácticas en 11:23–29.- Entre los héroes de la fe se destacan Amram y Jocabed, el padre y la madre de Moisés. Ellos pusieron toda su confianza en Dios cuando se casaron, cuando les nacieron hijos, y cuando el ocultamiento del niño Moisés se transformó en una tarea imposible. Los ingeniosos padres de Moisés pusieron en acción su fe, utilizaron su imaginación y demostraron su valor al construir una simple canasta hecha de juncos de papiro, de asfalto y de brea. Ellos colocaron al niño Moisés, de tres meses, en la canasta, hicieron que la hermana de Moisés lo vigilase, y pusieron la canasta entre los juncos del Nilo. Sin duda sabían que la hija del faraón se bañaría cerca de las orillas del río. Cuando la hija del faraón encontró al niño, la hermana de Moisés se ofreció para encontrarle una nodriza. Fue así que se le pidió a Jocabed que amamantara al niño, que se le pagó por sus servicios, y que se afirmó la seguridad de Moisés. Por la fe los padres pueden proteger a sus hijos del constante ataque de la maldad en nuestra sociedad. Ellos se dan cuenta de que Satanás “ronda como un león rugiente” buscando destruir a sus niños (1 P. 5:8). Los padres resisten al maligno permaneciendo firmes en su fe. Edifican hogares espirituales en los cuales enseñan a sus hijos a temer y a amar al Señor. Junto con sus hijos, ellos participan fielmente de los cultos de una iglesia fiel a la Escritura. Y haciendo uso de su ingenio, cuando Dios da la oportunidad y la ocasión, ellos le dan una buena educación a sus hijos en una escuela cristiana. Y por supuesto, ellos pasan mucho tiempo en oración por sus hijos e hijas. Moisés pasó los primeros años de su vida en la cabaña de esclavos en que vivían sus fieles padres. Amram y Jocabed le enseñaron a temer a Dios. Pero cuando llegó el momento de llevar a Moisés al palacio real, ellos sabían que sería educado en la cultura de los egipcios y en la religión pagana. Hablando en términos humanos, ellos habían perdido un hijo en el mundo secular de ese tiempo. Pero lo asombroso es que Moisés amó a Dios y “eligió ser maltratado junto con el pueblo de Dios” (Heb. 11:25). En vez de ser llamado “hijo de la hija del faraón”, él fue llamado “amigo de Dios”. ¿Qué había pasado? José había llegado a ser el virrey de Egipto (Gn. 41:43). De igual modo, Moisés se encontró con la posibilidad de subir al trono egipcio. En vez de ello, Moisés se asoció con el pueblo de Dios y le dio las espaldas a los “tesoros de Egipto”. ¿Por qué? Porque Moisés creía en Dios. Por la fe él aceptaba las promesas de Dios. En cada situación él buscaba a Dios, confiaba en él, y sabía que Dios “recompensa a los que le buscan fervorosamente” (Heb. 11:6). Como hijo de Dios, Moisés hablaba con su Padre celestial y confiaba en él. Y Dios lo bendijo. Si bien los tiempos, las costumbres y las circunstancias de hoy difieren de los de la época de Moisés, las elecciones espirituales son las mismas. Los jóvenes de hoy deben hacer la misma elección que Moisés hizo en el Egipto antiguo. Fervorosa y sinceramente deben buscar a Dios en oración, luchar por hacer su voluntad, pedir sabiduría y aferrarse a las promesas de Dios. Después del éxodo, el pueblo de Israel conoció a Dios no sólo como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, sino como el Señor Dios que los había sacado de Egipto, de la casa de servidumbre (véase Ex. 20:2). Hoy en día el pueblo de Dios lo conoce como el Padre del Señor Jesucristo (Ro. 15:6); 2 Co. 1:3; 11:31; Ef. 1:3; 1 P. 1:3). Es decir que a causa de su hijo Jesucristo, Dios es ahora Padre de todo aquel que cree en Jesús. Moisés “consideró el oprobio de Cristo de mayor valor que los tesoros de Egipto, pues anticipaba la recompensa” (Heb. 11:26). En el Nuevo Testamento hemos recibido la revelación completa de Dios y sabemos que “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por siempre” (Heb. 13:8). Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días. v. 30. El escritor de Hebreos pasa por alto deliberadamente el viaje de cuarenta años desde Egipto hasta Canaán. El desea indicar que el pueblo de Israel rehusó poner en acción su fe y que, carente de fe, pereció en su desobediencia. Aparte de Josué y Caleb, todos los israelitas que tenían 20 años o más perecieron en el desierto. Sus hijos e hijas demostraron fe en el Dios de Israel al conquistar la ciudad-fortaleza de Jericó. 30. Por la fe cayeron los muros de Jericó después de que el pueblo marchó alrededor de ellos durante siete días. La historia de la caída de Jericó es bien conocida (Jos. 6:1–24). Josué, sucesor de Moisés, recibió la promesa de Dios; él y todos los israelitas tomarían posesión de la tierra desde el Líbano hasta el desierto del Neguev, y desde el río Eufrates hasta el Mar Mediterráneo. Repetidamente Dios alentó a Josué a ser fuerte y valiente (véase Jos. 1:6–7, 9). Josué y los israelitas pusieron su fe en Dios, y a causa de su fe fueron prósperos y exitosos. En tanto que sus padres se habían rehusado a seguir la columna de nube que se dirigía a la tierra prometida (D. 1:32–36), ellos, por el contrario, confiaron en el Señor Dios, cruzaron el Jordán y conquistaron Jericó. Jericó estaba estratégicamente situada sobre el flanco oriental de Canaán. Tribus nómadas del desierto oriental cruzaban ocasionalmente el Jordán e invadían la tierra. La fuertemente amurallada ciudad de Jericó, pletórica de poderosos guerreros, evitaba que los invasores penetraran en los valles principales que daban acceso a la parte central de Canaán. La ciudad misma era comparativamente pequeña; tenía una circunferencia de seiscientos metros y medía aproximadamente 225 por 80 metros.397 Dado que tenía acceso a depósitos de agua fresca y comida, la gente de Jericó podía esperar tranquilamente, refugiada tras de los masivos muros de la ciudad. Sin embargo, el pueblo de Israel recibió la promesa que Dios le hiciera a Josué: “Mira, he entregado a Jericó en tus manos, junto con su rey y todos sus guerreros (Jos. 6:2). Dios les dijo a los israelitas que marcharan alrededor de la ciudad una vez cada día durante seis días y que en el séptimo día lo hiciesen siete veces. Y en ese último día, cuando los sacerdotes hicieron sonar sus trompetas en la séptima vuelta, Josué mandó a la gente que gritara, “¡pues el Señor os ha entregado la ciudad!” (6:16). Ellos tenían que dedicarle la ciudad a Dios como primicia de la conquista. Dios hizo derrumbar Jericó, que estaba situada sobre una falla volcánica propensa a terremotos. Más allá de los medios a través de los cuales Dios haya destruido a Jericó, el hecho cierto es que Josué y el pueblo de Dios pusieron su fe en Dios. Eso es lo que quiere indicar y subrayar el escritor de Hebreos: “Por la fe cayeron los muros de Jericó”. La fe en Dios puede mover montañas. El escritor de Hebreos podría haber escogido para su relato el acontecimiento en el cual el sol se detuvo en medio del cielo durante todo un día a pedido de Josué (Jos. 10:13). Tambien esa gesta fue un acto de fe. El escritor del libro de Josué dice: “Nunca hubo un día como ese antes o después, un día en que el Señor escuchó al hombre” (10:14). Pero el escritor de Hebreos excluye este suceso y menciona en su lugar la destrucción de Jericó. Por implicación, él destaca la fe del pueblo de Israel. Pero es con toda intención que él coloca a continuación la fe de la inmoral y pagana Rahab, la prostituta, en contraste con la fe de los israelitas. pastor SAMUEL RICARDO siervo de Jesucristo.-

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